Índice
1.-De la biblioteca Samuel Ramos y sus muertos
2.-Detrás de la ventana

De la biblioteca Samuel Ramos y sus muertos
Aquí sentado y tan sentado, levanto la mirada de vez en cuando para encontrar que escribir. ¿Y qué veo?, hay delante de mí, dos, cuatro, seis, ocho, doce, dieciséis personas, por dos, treinta y cuatro, ¡no! treinta y seis, ¡oh!, nunca he sido matemático bueno, por eso escribo, y no sé si lo hago bien. Todos tenemos que hacer algo en la vida, algún oficio que nos salve del escrutinio social, que nos dé respeto y justifique con nosotros mismos la torpeza para cambiar el mundo. Semejante empresa me hela los huesos, ¡cambiar al mundo!, ¡bah!, si ni siquiera puedo escribir de treinta y seis personas que queman el coco frente a mí…
Parecen estatuas intelectuales, como si llevaran allí mil años, todos los mil patéticos, enseñando como se aprende y a la vez diciéndome en un balbuceo, ¡aprende idiota!, lo de idiota me lo trago, pero el susurro me ofende, ¿cómo?, si soy estudiante de la UNAM, ¡ah ya recuerdo!, ¿será por aquello de que apenas he logrado los aciertos necesarios para entrar a la carrera?. Sigo pensado que en éstas cosas debería callarme y decir con la mirada a todos lo que me ven salir de la facultad, ¿no creerás que he entrado rayando el culo verdad?. Cómo sea, las estatuas me dan terror porque yo no hago más que verlas y bajar la mirada para escribir apabullado mis cosas, y seguir, y seguir escuchando a Bach.
Me hace miserable saber que por lo menos treinta y seis personas, (ahora son más), adelantan mi reducido conocimiento; parecen correr a zancadas y de súbito volar un tajo, y yo idiota, que sólo miro el polvo que peina mis despeinados cabellos.
Ahora mismo una chica hija del sol detiene la lectura, algo allí dentro de las hojas le ha hecho reflexionar, mira al frente pero no observa nada, su pluma recorre sus labios y los oprime, sus lentes parecen empañados, diría que es la humedad del verano, pero no, es seguro el humo de su cerebro afanosamente en chinga.
Aún más cerca de mí está sentada ein Mädchen vestida con rosa: toma su mano y unta con aire su barbilla bien formada, una de sus cejas se frunce, como cuando un imbécil quiere demostrar comer un limón entero de un tiro. Me pregunto que lee, ¿qué puede hacerle olvidar una noche de sexo salvaje, o el goce de rascarse los hongos de los pies al llegar a casa?, ¡eso es sagrado!. Yo no lo cambiaría a menos que fuera Goethe, Flaubert o Wilde. Quisiera penetrar la pasta y leer el título, pero…, y si fuera La riqueza de las naciones o que tal un Grito desesperado, creo que vomitaría, así como ando delicado del estómago cualquier cosa nefasta lo provocaría.
Quiero mirar más allá pero un giboso tipo, que hace que estudia, no me deja ver; yo entiendo a los jorobados y a las jorobas, pero ésta, ésta se ha sacado un diez, medalla de oro, fanfarrias, laureles y premios en efectivo.
Parecen muertos un ratito, casi juraría que un niño pasó corriendo, tocándolos y gritando emocionado, ¡encantados, encantados!, y todos han quedado así, como fríos, como secos, apagados, perdidos en el limbo. Sus ojos me llenan de espanto, parecen fábricas de ensamblaje, recorren una línea y de facto bajan de nivel y comienzan otra. Todos ordenando y disponiendo tantas letras, incontables significados, ¡que pereza!. De cuando en cuando un tipo bosteza y recuerda del sueño, y revive, y se estira un poco para tirarse un pedo, nadie lo ve, ya se ha procurado intimidad, anonimato y sobretodo… vida, porque recuerdo que alguien me dijo, ¡anda, dejad que los muertos lean a sus muertos!, o algo así, soy malo de memoria también.
Es la biblioteca Samuel Ramos, es el verano y es la lluvia que cae como lluvia de verano en la biblioteca Samuel Ramos.
Sólo en éste lugar cae así, como cae así sólo aquí se puede.
Entre miles de mamotretos y millones y tantos millones de pensamientos, ideas, historias, alegrías y tragedias. Todo codificado en palabras, apretujándose en hojas color de tiempo, peleándose como en honor a Ares por ser leídas; unas saltan más alto y nos alcanzan la pupila, nos deleitan o nos aburren, otras nos envían un beso y nos embelesan, algunas son menos pretenciosas y esperan su turno, empero cuando las desnudamos lascivos nos son indiferentes así que prestos las olvidamos. Son el cosmos y cada una de aquellas palabras es una estrella que nos ilumina y nos da calor, nos resguarda de la lluvia que se vierte iracunda, de la profunda noche de la ignorancia que pulula hasta en estos recintos, prueba yo mismo de ello.
Las palabras, ¡ah las palabras!
Simplemente están allí siendo leídas por los lectores.
Y me pregunto si no serán las palabras las que leen nuestros ojos. (y por eso son tristes, o tiernas o bellas)
Esperando como se espera la primavera en el invierno, decorando la biblioteca, el panteón, las tumbas.
¡Qué vergüenza!, debería estar muerto, poseído por los libros, estudiando y untando mi mentón con aire, rascándome los piojos de vez en vez (sólo lo necesario para pedir un descanso), y tirándome un pedo al aire pues ya mismo he reprobado mi primer examen de alemán prefacultativo.
Es hora de clase y yo sigo aquí escribiendo como si fuera escritor, siguiendo con la mirada el camino de una hormiga viajera, queriendo hacer de ella una poesía… ¿por qué dudarlo?, son cosa grande. Es hora de irme y Bach no me deja, me ata con cadenas de sonidos y candados de amor… el amor… ¡ah el amor! Pero, ah Bach, el silencio pantionesco te come poco a poco, a pedazos, en un largo, y las cadenas se apagan, es sólo una clase, lo prometo… Bach.
Detrás de la ventana
Detrás de los pulcros vidrios y cuidadas maderas encuentro mis dulces ojos.
Una sedosa cortina cubre apenas discreta y sutil la mirada que paraliza mis andares, los respiros que me enseñan que no sólo de aire se llena el pecho.
Es de día o de noche un reflejo de los cielos, una tierna paciencia lunar o una cándida sonrisa de verano. A cada paso pienso cuando camino por el rumbo, si aun estará aquel pedazo de cielo detrás de la ventana, espiando como espían los roedores, sentada en el alfeizar robusto y disímil.
¿Cuántos días han transcurrido silente ventana, desde que mi actitud pueril rompió uno de tus plateados vidrios y una sonrisa asomó confusa abriendo tus delicadas hojas a rumorar inocente —¡corre que ya viene mamá!—? Casi voy a la tumba y aun no lo olvido, la risa es la misma y el miedo al regaño también.
Incólume ventana, más hermosa te muestras cuanto más te suceden los días, los colores de la pintura vieja al contrario de languidecer irrefrenables, victimas del viento, se impregnan con más fuerza en tus poros amplios, le herrumbre de tus bisagras doradas les matiza los contornos y en noviembre hace de ellas una lúgubre y taciturna pintura de melancolía que me invita al lento sollozo.
Cuantas veces hice el doble de camino a casa para mirarte y sosegar mi noche. La ventana más hermosa. Ni siquiera la conocí, ni siquiera sé cual es el nombre de la que te habita, jamás he cruzado palabra con alguien entre el resguardado espacio que proteges y el aterido viento de la calle desde la que embelesado miro y remiro con nostalgia irremediable; y sin embargo sigo pensando… ¿quién habita detrás de la ventana?, detrás de aquella hermosa ventana que engalana estoica mi paso en esta lúgubre caja de madera hacia mi encuentro con el panteón, ¡ah hermosa ventana!, me voy a la tumba y de la tierra no me llevo más que el suspiro de una imagen, te llevo en el corazón perenne; adiós y hola, hola y adiós, lo poco de bueno que habita en mí, el poco sueño profundo, la contada lluvia fresca, el sosegador aire de mis respiros, mi única bella memoria, mi sempiterno tiempo, mi ventana, mi hermosa ventana.
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