De pronto vi el reloj en el monitor y eran las doce de la madrugada, volví al ensimismamiento del trabajo y cuando volví nuevamente la mirada eran las seis de la mañana, como autómata se me fueron tantas horas con sus minutos. Pensé en encender el televisor para checar algo de noticias; cada maldita media hora repetían el triunfo de la selección nacional: "Tremenda goleada da México y clasifica al mundial" decía el locutor. Para aquel afortunado que no sabe contra quien jugó "nuestra" selección, pensará: ¿Argentina, Brasil, (de perdis Estados Unidos)? No, ganó a El Salvador y ya estamos en el mundial (No sé para que chingados, pero estamos en el mundial), podemos tener un chiste de Ciencia, o de Arte, de pensadores y humanistas, pero vamos al mundial, y por goliza. Me repito casi hasta el hartazgo par mis adentros "At populum panem et circences, Al pueblo pan y circo". Bueno, el circo lo tengo, falta el pan, y no es que acostumbre a desayunar a la hora en que se debe hacer, sino más bien que desde hace unos días pasa por los recuerdos de mi lengua el sabor de un tamal sabrocito. A decir verdad no soy fanático de los tamales, pero... calientitos, jugocitos y acompañados de un buen atole de arroz con leche son... bueno.
Tomo mi chamarra, calzo mis tenis mugrosos y llenos de ventilaciones y salgo a caminar; ya hay luz suficiente y de sobra para maldecir al sol por tanto ardor en los ojos, pero no lo maldigo, porque el sol, bueno, allá arriba tan estoico parece un Dios, y nadie quiere tener pedos con un Dios.
Camino mirante de los comercios que abren sus cortinas, esa verdulería cierra a las doce de la noche y abre a las ocho de la mañana, ¡Que huevos, y que hueva! (o weva, o güeva), llego a la esquina de la panadería tres calles después, como a aquella panadería de Velarde...
Tu barro suena a plata, y en tu puño
Su sonora miseria es alcancía;
Y por las madrugadas del terruño,
En calles como espejos, se vacía
El santo olor de la panadería.
Y un par de jóvenes descargan la mercancia con olor masa y grasa, yo me siento en una jardinera para esperar a que esté listo el asunto, muchos mañaneros ya se agrupan en derredor y a tropel pidiendo un tamal o un champurrado, que supongo será el de chocolate porque no hay de otro, pero el "champurrado" me parece que lo hace más cremoso o quizá más sabroso. Un pliego de papel estraza hace las de mantel y uno de los chicos entra en chinga a la panadería por unos bolillos, no vaya a ser que pidan una guajolota. Los primeros clientes son atendidos y yo sigo observando, tengo hambre y muero por una mordida, pero el placer de mirar a la gente es harto y no lo veo tan seguido, vale la pena descubrir la mañana más allá de la almohada y la cobija.
Ya han pasado varios sujetos a comprar y a comer, han llegado blancos, morenos y mestizos, viejas de esas que compran el periódico para su esposo y en el camino leen ávidas el horóscopo, ancianos con tres píes y mirada cansada, atletas que salen a correr y ya de pasó como decimos en México "Chingue su madre", un tamalito; Dos paramédicos con ojos rojos y semblante exausto, ¿Cuántas vidas han de haber salvado?, ¿Cuanta lana se han de haber clavado?, por lo menos para un tamal Oaxaqueño y un champurrado si ha salido. Me imagino a Constantinopla en sus mejores años, como diría Gibbons "El mundo dándose cita en el cuerno de oro" Ya me toca, pido una torta de tamal verde y uno de arroz con leche, no cambiaría diez champurrados por uno solo de arroz, me siento y la primera morida es una máquina del tiempo, y soy César de siete años afuera de la escuela con mi madre, junto a la lechería, esperando la hora de entrar a la primaria, y soy César de 13 años con mi padre en Cuernavaca que se toma un descanso en su trabajo para desayunar, y soy César de 21 años aprensurando al tamalero bonachón porque me cierran la puerta de la prepa, y soy César sentado en la jardinera esperando mi turno justo ahora, este tamal es particularmente exquisito porque sólo traigo dinero para un tamal y un atole, y por eso cada mordida es una fiesta, una orgía de sabor, me siento tan extrañamente mexicano, tan increíblemente identificado con la vieja octagenaria que pide uno de rajas para llevar, con el albañil que llega emocionado a desayunar junto a mí, y comprendo muchas cosas que se escapan a todas las filosofías, muchas cosas que evaden las artes y las ciencias, estar de pronto aquí sentado sin dormir, con un tamal en la mano, con el Dios sol mirandome de frente... merece la pena. ¡Al diablo con las banderas y los himnos, es la gente que te ríe la cara, que nos recuerda nuestra inevitable condición humana; y recuerdo a Carl Sagan diciendo "lo único que hace tolerable esta inmensidad, es saber que nos tenemos unos a otros..."
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