Edgar Allan Poe - La casa Usher
No sé cómo fue, pero, a la primera mirada que eché al edificio, un sentimiento
de insoportable tristeza invadió mi espíritu. Digo insoportable,
porque no lo aliviaba ninguno de esos sentimientos semiagradables, por
ser poéticos, con los que recibe el espíritu incluso las más adustas imágenes
naturales de lo desolado o lo terrible.
Contemplé el escenario que tenía ante mí la casa, el simple paisaje del
dominio, los muros descarnados, las ventanas como ojos vacíos, unas
junqueras fétidas y los pocos troncos de árboles agostados con una fuerte
depresión de ánimo, que sólo puedo comparar, como sensación terrena,
al despertar del fumador de opio, a la amarga caída en el deambular cotidiano,
al horrible descorrerse del velo. Era una frialdad, un decaimiento,
un malestar del corazón, una irremediable tristeza mental que ningún
acicate de la imaginación podía desviar hacia ninguna forma de lo sublime.
¿Qué era me detuve a pensar, qué era lo que me desalentaba tanto al
contemplar la Casa Usher?
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