Le sorprende aun más tener que estar en su cama derrotado precisamente el dia del concierto que tanto y tanto había esperado.
En este momento él es sólo una voz hecha jirones, es un lamento o un sopor que de su cuerpo y de su conciencia se han dislocado; y es que las salvajes embestidas de la fiebre que le tienen postrado, han inflado su cabeza a tal grado que podría jurar haberla visto por su ventana, graciosa y ligera salir volando. Era la escena nítida de un dominical paseo del mismísimo Don Manuel de la Cantolla, volando despreocupado sobre los compos de Balbuena o el mismísimo Hindenrburg ardiendo en llamas como preludio fatal de tan patético siglo. De su carne y de sus huesos sólo quedaron las cenizas dispersas después de la combustión espontánea, pues así de violentas se tornan las virulentas fiebres cuando la salud han quebrantado.
No está muy seguro de que hayan pasado cinco minutos desde que la última persona se marchó de su cuarto. Pues le parece una eternidad la que lleva encerrado en tan espesa soledad. ¿Sería su madre, su padre o sus hermanos los que le han abandonado? ¿Serán de verdad cinco minutos o acaso cien años los que lleva enterrado en tan profunda soledad?
¿Será acaso su habitación como un gran mausoleo en la que pequeñito, cual si fuera un grano de arroz, le arremeten temblores superiores a los 8.1º Richter, pues se agita mucho al preguntarse: ¿Cómo será cuando caes en las fauces de la muerte?
De pronto un inesperado sobresalto le hicieron dejar de golpe sus tanatológicas disertaciones y hecho toda una furia exclamó:
- ¡Maldita sea!, ¿De dónde vienen esos ruidos tan espantosos? ¿cómo le pueden llamar música a ese adefesio moustroso? El hip-hop, el reggaetón y anexas son como una vaca rumiando, mugiendo y defecando las veinticuatro horas del día por radio y televisión. ¿Quién será el molesto inoportuno?
¡Claro está!, sólo podía ser el tarado de su vecino, quien no pudo encontrar un peor momento para vomitar su porquería por todo el edificio. ¿Por qué escandaliza precisamente ahora que ese esúpido virus le ha impedido disfrutar de la sublime música de Beethoven? Muy afectado se preguntaba, en medio del viacrucis, en qué momento el molesto virus le había sumergido; las febriles alucinaciones seguían brotando en su ronco monólogo.
- Seguramente -se decía- tienen esas sorpresotas en el purgatorio, y enviaron a ese cretino a torturarme con su pseudo música, ¡miren que decir que la música clásica es pura música bien fea!, ¡que los libros que güeva, y de los sabios y los filósofos pa' que hablar! Si hoy está la juventud en éxtasis. Ciertamente recordaba las palabras de su vecino en medio de la creciente fiebre, sintiéndose cada vez más agotado.
Cansado de recordar toda esa porquería, con cierta tristeza exclamó:
- Con gente tan superficial y tan vacía abarrotando las grandes ciudades del mundo, siento que un año de su compañía se han tornado en cien años de soledad. Me siento agotado y preferiría sumergirme en el mundo de los sueños. ¡ay gentil Morfeo!, espero que en tu reino pueda encontrar un sueño mejor.
Apenas sintió que cerraba los ojos, cuando escuchó la áspera voz de un hombrecillo que con burdos modales señalaba hacia el frente:
- Aquí derecho se encuentra la sala de conciertos ¿quiere que lo lleve hasta la entrada?
- ¡No gracias! esta noche prefiero caminar.
Pues desde que descubrió aquel sitio, quedó prendado por ese circuito de la universiodad. Teatros, cines, salas de conciertos y una maravillosa biblioteca, además todos esos hermosos jerdines. ¿Qué más podría pedir un solitario como él?
Al mirar su reloj se dió cuenta que faltaba ya muy poco para el concierto y pensó que si escuchar a la Orquesta Sinfónica de Minería era un sí mismo un deleite, este deleite era mucho mayor si el programa contenía la Quinta sinfonía de Beethoven.
- ¿Existirá -se preguntó- un motivo más poderoso en una obra maestra?, pues en verdad siempre me ha inquietado ¿qué es aquello que tienen las verdaderas obras de arte?, y no todas esas baratijas que salen como de una máquina de tortillas para que irónicamente terminen premiadas con disco de oro y platino.
-¿Me decía usted caballero?
Le dijo una tersa y amable voz que más bien tenía un acento sudamericano y además parecía que llevaba rato luchando por arrancar su auto.
- ¡Oh, nada caballero! sólo venía pensando en voz alta.
- ¿Se dirige al concierto?
- ¡Sí, por supuesto!, pero el potro de hierro aquí se quedó varado. ¡Deme un empujoncito y yo mismo lo llevaré hasta la sala de conciertos. Como puede ver, llevo aquí como cien años de soledad y nadie me pudo tender una mano.
- No faltaba más caballero.
Y al fin arrancó el carro.
- Dígame, ¿por qué el sombrero, el abrigo y las gafas? -preguntó- ¿también le quiso atacar el molesto virus que tantos estragos ha causado últimamente por toda la ciudad?, pues hasta donde puedo recordar ese virus me tenía tirado en cama.
- Ciertamente las noches son muy frías y fácilmente se puede coger un resfriado, pero también me gusta jugar al incógnito de vez en cuando. Pero dígame mi amigo ¿qué es aquello que venía pensando en voz alta hace un rato?
- ¡Sí, vera usted!, venía pensando sobre ¿qué es aquello que tienen las verdaderas obras de arte?, pues estas son capaces de llevarnos hasta la raíz misma de nuestras almas y hacernos desbordar hasta las lágrimas o también de una suprema alegría, al otorgarnos una llave para sondear los misterios profundos de nuestro humano corazón. Pero me entristece ver que las personas sean cada vez menos sensibles a todo esto y prefieran llenarse con toda clase de mugre y basura.
A veces siento mucha soledad, pues cada vez son menos aquellos los seres con los que se puede platicar, porque también gustan y comprendern sobre las bellas expresiones del alma humana.
- Entiendo, yo mismo he pensado mucho tiempo en esa soledad. ¡Creo que cien años!
- ¡No exagere caballero!, usted se ve más nuevo.
- Sí claro, sólo hablaba metafóticamente. Pero lo que si quiero que comprenda, es que hay hombres cuya egocéntrica y egoísta ceguera no les permite ver esa cosa mágica que está mucho más allá de lo real y lo ordinario; pero es precisamente en ese lugar donde han nacido las obras más sutiles y delicadas que los grandes genios de todos los tiempos nos han regalado. Piense en Beethoven por ejemplo; que aún estando sordo, tenía el alma totalmente abierta. De tal manera que fue capaz de transmitir a la humanidad un regalo del cielo.
Cuando platiques largamenre con esos genios y autores, ya no vivirás cien años de soledad, sino cien años de la mejor y más selecta compañía.
- Tiene usted mucha razón ¿señor...?
-¡Gabriel...! ¡Mi nombre es Gabriel!, pero a propósito; ya que me ayudaste y hemos tenido esta grata platica, ¿no le gustaría acompañarme al concierto? al fin y al cabo tengo dos lugares en primera fila.
- Por mi encantado, es usted una persona muy culta y muy sabia, por eso es todo un deleite platicar largamente.
Y así siguieron platicando amenamente cual si fueran Dante y Virgilio en su largo éxodo en la Divina Comedia, porque sin darse cuenta, de pronto ya estaban sentándose frente a la orquesta.
- Le agradezco mucho su invitación, estos lugares son magníficos; pues desde siempre Don Gabriel, he sentido una profunda emoción al escuchar afinar la orquesta, porque me parece que no sólo comienza a alinearse es microcosmos de vientos, cuerdas y latidos del corazón que nacen en las percusiones, pues para mi desde ese momento, mi cuerpo, mi espíritu y mi mente se vuelven una sección más del cosmos policromático, polisonoro y de sublimes texturas musicales que crea la orquesta. Esos sonidos siempre me recuerdan que al principio sólo reinaba el caos. Después Dios dijo: ¡Hágase la luz! o al gusto de las mentes científicas, en el Big Bang algo jaló el interruptor que echó a andar a la gran maquinaria y algunos meses después según el calendario del universo, aquí estamos en la sala de concierto a punto de escuchar parte de ese milagro... muchas veces Don Gabriel, he pensado que en lugar de que Dios dictaminara que se hiciera la luz, él simplemente cogió su batuta y comenzó a dirigir la más maravillosa de las sinfonías.
- ¡Tiene razón! -asintió Don Gabriel- pero no sólo las grandes obras musicales generan ese algo en el espíritu, también las obras literarias nos recuerdan ese ámbito de la creación. ¡Bueno!, honestamente todas las grandes obras de todas las artes tienen ese algo, pero se puede decir que estoy un poco más familiarizado con la literatura.
-Así que le gusta a usted la literatura Don Gabriel.
- Sí, pero luego te platico un poco más sobre el tema, pues ya están anunciando la tercera llamada.
El ambiente se llenó de aplausos cuando apareció la imponente figura del director e inmediatamente después, los colores impresionistas llenaron la sala entera. Al escuchar la música de Igor Stravinsky Fedorovich, una palabra es indispensable para describir la emoción pero esa palabra es tan rápida y vertiginosa para poder alcanzarla, que simplemente lo dejaremos en que escucharlo siempre es una grata sorpresa. Fue Stravinsky quien dijo que la música es: armonía, melodía y ritmo, pero me parece curioso que el mundo en la modernidad casi ya no comprende nada sobre bellas melodías y comprende aun menos sobre exquisitas armonías, la música actual no conoce nada sobre sutiles equilibrios y cree que todo se limita a amplificar un ritmo frenético y repetitivo. Tal vez todo esto es también una gris manifestación de la indigestión que sufren los intoxicados sentidos del hombre contemporáneo. Ya no se puede hablar de una belleza que no sea plastificada y superficial; pues a pesar de lo que digan los señores mercadólogos, la belleza eterna y divina, la única belleza real de la cual todas las demás son un mero reflejo, tal como nos la señalaran Sócrates y Pletón; esa belleza, puedo jurar, jamás ha pasado por las líneas de ensamblaje.
Todo eso pasaba por su mente al estar sumergido en el mundo de notas musicales. También pensaba en su buena suerte, pues agradecido en sus adentros se decía: ¿qué singular y grata persona es Don Gabriel, hay algo en él que me resulta muy familiar, pero no preciso qué es.
Entre la duda y los aplausos llegó la segunda parte del programa: Moderato nobile, Romanze, Finale, Allegro assai vivace, fueron los movimientos del opus treinta y cinco de Erich Wolfgang Korngold, y a pesar de que el público dió una fuerte aplaudida, él le comentaba a Don Gabriel despues de haber bostezado un rato:
- Me parece que la orquesta estaba maniatada y amordazada en función de que se pudiera lucir el huésped del violín, la orquesta no tocó ni remotamenre con toda su magnífica brillantes. Me pareció, más bien la música de una película como viaje a las estrellas, o sea, agradable pero no genial, no tiene ese algo de lo cual platicábamos hace un rato.
Don Gabriel coincidió, pero al mismo tiempo dijo:
- Posiblemente eso lo hagan deliberadamente para resaltar más el sabor del platillo fuerte
- Pero la quinta sinfonía de Beethoven no necesita que la resalten!, es sublime en sí misma.
- ¡Ya verás como la disfrutas aún más!
- ¿Será?
Cuando se preguntaba si sería cierta la afirmación de Don Gabriel, el excelente director de aquella noche, Carlos Miguel Prieto, dirigió las siguientes palabras al público:
- Quiero dedicar la siguiente interpretación a un gran artista y a una gran obra. No me refiero a Beethoven ni a su quinta sinfonía, obra que fue aclamada desde su comienzo mismo y que aún nos sigue deleitando a poco más de doscientos años de haber sido estrenada. Más bien me refiero al gran maestro Gabriel García Márquez que hoy se encuentra entre nosotros y a Cien años de Soledad, la cual apenas cumple sus primeros cuarenta años y precisamente ayer terminé de leerla nuevamente y me sigue pareciendo tan magnífica como la primera vez. Démosle un fuerte aplauso al gran maestro porque este año ha complido ochenta años también.
Enorme fue la sorpresa de aquel acomedido, cuando vió levantarse a Don Gabriel y saludar a todo el público, ya sin gafas ni sombrero. Por supuesto que aquella noche tuvo el gran honor de ayudar y luego acompañar a don Gabriel García Márquez, el premio Nobles en vivo y a todo el color.
¡Pan, pan, pan, pan! Explotó la orquesta como una noche de fuegos pirotécnicos o una divina carcajada celestial.
Cuando sonaba el último acorde fespertó del pesado sueño en que se había sumergido.
Al abrir los ojos contempló a su madre que le decía:
- Te pegó duro el virus, estabas hasta delirando por la fiebre. Lo bueno es que ya despertaste ¿ya te sientes mejor?
Al incorporarse encontró envuelto entre las cobijas el libro Cien años de soledad, en cuyas primeras páginas se podía leer la siguiente dedicatoria: "Si te sientes perdido como si llevaras cien años de total soledad, dialoga con las grandes obras y los grandes genios de la humanidad, ya verás como esos cien años se pasan volando con tan selecta compañía. Espero que en esta obra encuentres ese algo de lo cual platicamos en la noche del concierto. Atentamente: Don Gabriel García Márquez".
Alegre, pero al mismo tiempo muy sorprendido no dejaba de preguntarse cómo llegaría ese libro autografiado hasta allí. Seguramente se lo tendrá que agradecer al virus mágico.
Cuento dedicado a Gabriel García Márquez, Carlos Miguel Prieto y a todos los magníficos músicos de la Orquesta Sinfónica de Minería
¡Gracias por su maravilloso concierto!
Antonio Salcedo Murillo
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