I .-La gata de mi madre - II.-No lo sé
III.-No seas poeta - IV.-Anoche, en las paredes...
V.-Y soy, sin embargo... - VI.-Única patria
VII.-En algún lugar
I .-La gata de mi madre
La gata me dijo mieeaaouuu
y yo entendí sus palabras.
Tengo sueño, me decía,
y formaba una espiral decadente
con su cabeza y su cuello y su espalda,
digo que se restregaba cuan larga y gris
era ella sobre el sofá.
Afuera, el azul oscuro y lluvioso de la tarde
cantó un solemne shshshshsh
durante largas horas,
y cuando al fin cesó, lo supe:
el aroma de tocino al fuego
me despertaría por la mañana,
la gata buscaría comida,
y mi madre, alegre, puesta al sol,
me gritaría desde afuera:
¿sacaste la basura?
II.-No lo sé
No sé qué serás,
si fuego apacible o llama de una vela
o el humo de algún sol no lo sé,
si piedra de barro o carbón
o el polvo que lloran los muertos
o la sombra de un dios que pasa
o el bostezo de la noche
que sopla sobre horas mancas no sé,
si mi ojera o un sueño,
o mi párpado infectado de lágrimas
o el frío que me da en los labios no lo sé,
pero tengo la inocente idea
de que seas solamente una mirada
que se oculta en los lugares huecos de la tarde.
III.-No seas poeta
No seas poeta
para que la vida no sea tan compleja.
Sé una persona llana y simple:
un usuario del metro,
un agente de seguridad,
un contador, un pendejo,
un empleado cualquiera,
sé un buen ciudadano,
un mentiroso, un vendedor,
un conductor del noticiero
de las seis...
sé lo que sea,
pero no seas poeta
para que no mueras de palabras.
IV.-Anoche, en las paredes...
Anoche, en las paredes blancas,
hay tristeza y humedad,
pesadez sobre los negros párpados
del cielo,
vaga añoranza en el vidrio
de tus ojos.
Por las lluviosas calles
de mi cuarto
se pasea una desgraciada
soledad
(amargo luto
por el polvo y las piedras
que mueren desde ayer).
Se posa un triste letargo
en la ventana,
en los rostros de caoba
que te miran sin ojos,
en el declive de las horas
—hermosura del silencio—
en tus párpados heridos
de llanto y desvelo,
en la oscuridad de tu voz,
en la soledad de tu espalda y tus manos,
en tu piel.
V.-Y soy, sin embargo...
No soy más que un yo
barbado y casi alegre
que atentamente espera
el beso rosado de la tarde
en las amarillas nubes
que se esparcen en jirones
por todo el cielo como una procesión;
esa tarde que inclina la frente
casi despejada y fría
sobre sus últimas horas.
Ése yo ajeno, insoportable,
desnudo,
desnudo como el aire
y la voz que nadie se atreve a mirar
porque están desnudos,
y ajeno como esa hierba
que viene desde las estrías
de la calle,
que se abre paso entre las piedras
y permanece apartada de todo,
milagrosamente verde:
vástago que no ha de madurar,
sofocado bajo el sol de mediodía,
pensativo y quieto
¡no soy más!
Y soy, sin embargo,
ese oscuro trazo
que se anda por los vientos
(entre las carnes de todos,
entre los días, las horas)
que se eleva a Dios en las noches
y desciende luego
—espesa bruma—
en las mañanas sin sol.
VI.-Única patria
Mi única patria es el territorio de tu piel
que no construye fronteras contra mis manos,
ni levanta muros,
ni pone atalayas en los lugares altos
de tu cuerpo.
Mi única patria es aquel lugar misterioso entre tus piernas
donde me escondo.
Mi única patria es tu vientre en que duermo
como un inocente,
mi única patria son tus senos blancos donde despierto
a cada rato,
mi única patria son tus manos, desde luego:
único lugar donde no soy un extranjero.
VII.-En algún lugar
En algún lugar de la tarde,
entre el viento y las horas,
hemos de encontrar a Dios.
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