Universidad Nacional Autónoma de México
Análisis de textos en español
Del Llano en llamas y la nueva narrativa
Siempre es un gusto leer y releer a Juan Rulfo —sobretodo por aquello de que es el primer escritor del que conocemos su bibliografía completa tan rápidamente—. En Juan Rulfo tenemos una bocanada de oxígeno que nos permite seguir apostando por la literatura nueva, pues tiene la característica de limpiar el enrarecido aire en derredor; logra delicadezas que nos impresionan sobremanera, metáforas exquisitas que nos hacen fruncir el ceño y sonreír un poco.
Sus aventuras son por lo general de un tipo localistas y los menesteres de estos lugares, las tradiciones, los lenguajes, las problemáticas y las formas de ser y hacer en determinados lugares del país. Sobretodo, siempre encontramos en la literatura de Rulfo una marcada intención de demostrar la idiosincrasia de la clase baja, su entorno, la educación y los comportamientos; todo ello nos lo ofrece generalmente trastocado por un punto, médula de la narración, mágico, misterioso, divertido, intrigante, sorprendente. Ello es precisamente lo que hace de su narrativa tan interesante y placentera. Un matiz propio de Rulfo es —y creo es compartido— la tan atinada narrativa descriptiva que utiliza para crear el ambiente que rodea a los personajes; de cuando en cuando da la impresión de que el lugar en el que se desenvuelve el relato, tiene vida propia, se metamorfosea de acuerdo al tono de la situación, y habla por medio de sus formas rudimentarias hasta lograr ser un personaje, en casos hasta protagonista.
Esa es la gran magia rulfoniana.
Un par de cuantos selectos de su compilación El llano en llamas, son una prueba contundente de este hecho que es la nueva narrativa. En esta compilación dos cuentos nos interesan: “Es que somos muy pobres” y “No oyes como ladran los perros”
En el primero encontramos una familia rural, marginada económica y educacionalmente, una tradición enraizada que se mantiene incluso hasta la actualidad, que es la heredad de algún bien material a la descendencia; sin embargo aquí el caso es muy particular, ya que depende de una vaca el destino de un persona, cosa totalmente cómica que sorprende al lector positivamente, y todos creeríamos que el relato gira entorno a una vaca; pero siento que muy del mismo peso atañen las circunstancias en que se pierde la vaca, gracias a ello podemos ver desde un poco más afuera que es lo que sucedía con una familia promedio de ese tiempo en aquel lugar, el desborde de un rico que eventualmente traerá más estragos a la comunidad y potenciales tragedias a la chica que mira triste el largo corredor de agua. Y finalmente está ahí la idea del becerrito que se ha extraviado, ello nos da la esperanza que necesitamos, el punto de fuga que queda latente, no concluido, como tres puntos suspensivos que alargan el cuento interminablemente, que nos mantiene en un hilo, ya que de él depende, según los padres, que destino tomen aquellos pechos que brotan tan aprisa como el luengo río.
Inexorablemente, a todo esto se une el ambiente de una tía recién muerta, una pobreza lamentable, la perdida de la cosecha de cebada, un cielo encapotado y furioso, y ahora como si fuera poco, la serpentina que se ha ido… “Por su cara corren chorretes de agua sucia como si el río se hubiera metido dentro de ella”.
El segundo cuento tiene que ver con un padre y un hijo separados por los vicios de uno, y encontrados y hermanados casi, por la circunstancia de un evento de necesidad primaria como es la salud.
Tras una larga travesía en la tierra y el camino de la noche, un padre lleva cargando a su hijo del cual apenas reconoce, y a regañadientes, la biología que los une. La madre a la que el hijo decepcionó al darse a los vicios del robo y el asesinato es la causa de esta ruptura. Mientras tanto buscan en el pueblo más cercano el ladrido de los perros que indiquen la cercanía y la salvación, patéticamente al final, se escuchan por fin los ladridos, pero el cuerpo de Ignacio parece fenecer aun en hombros de su padre. No es contundente la afirmación, pero recae en la sutileza de lo implícito del lenguaje aventurar que para entonces, cuando los perros ladraban él ya estaba muerto.
Nuevamente la exquisita descripción de la noche negra, la luminosa luna acompañante y bajo ellos las piedras y la tierra matizada del violáceo tono que se produce, nos envuelven y nos invitan a querer respirar un poco del aire frío de aquella noche.
El cuento nos acerca tanto, que pareciera que vamos caminando al lado de los protagonistas, viéndoles moverse, hablar, y escuchando arrastrar sus pasos sobre la árida tierra del camino a Tonaya.“La luna iba subiendo, casi azul, sobre un cielo claro. La cara del viejo, mojada en sudor, se llenó de luz. Escondió los ojos para no mirar de frente, ya que no podía agachar la cabeza agarrotada entre las manos de su hijo”.
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