Del día a la ciudad
Se hace la mañana lentamente, tan lento como se hace el tiempo a cada rato. El frío mana desde los muertos. Todavía se ve la estampa débil de la luna, y el sangrado triste de la aurora se esparce por las nubes, amontonadas sobre los edificios más altos. Todavía hay esquinas en la calle que se acuerdan de las tres de la mañana; todavía está el puente de anoche, todavía está el mundo. Pero uno sabe que es de día cuando el silencio de hace rato se tropieza con un trepidar de suelos, y rompe contra un estridente concierto de voces y motores. Entonces desciende la mañana sobre el semáforo, sobre el festival de las avenidas, sobre toda marcha de zapatos, sobre todo clamor de autobuses y bostezos de humo… y aún entonces uno sabe que la mañana no es tan cierta como el tráfico, por donde el tiempo no pasa, pero pasan las horas.
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