En ésos nidos que teje la tarde para no existir, para no asomarse a ese tedio blanco del tiempo en que todo muere eventualmente, me puse a buscar a Dios como un ciego (a tientas, a oídas, a mordidas he buscado a Dios); y juro que una vez logré sentir el grueso relieve de sus labios, que se abrían para bostezar...
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